lunes, 1 de abril de 2013

Después de una tormenta...

Podría tratar de recomponerme, porque me he roto en mil pedazos.
Pero no, no puedo recomponerme porque esos pedazos no tienen que ver sólo conmigo.
El día está nublado, los árboles se zarandean hacia un lado y hacia otro al compás que mi pelo. A la vez que se va haciendo de noche, la niebla baja cada vez más y a mí me cuesta mucho divisar hacia dónde me dirijo. Sí, tal vez si estuviese en el centro sería mucho más fácil llegar hasta mi casa, pero me he ido a las afueras a hacer unas cuantas fotografías y ahora no consigo saber dónde estoy. Parece que todo el mundo haya desaparecido. Todo el mundo menos yo.
Para colmo, unas gotas de agua están mojando mis labios, mis mofletes, mi frente, y sucesivamente, hasta calarme entera. ¿De verdad esto tiene que pasarme a mí? Parece ser que sí.
Trato de guiarme siguiendo la luz de algún que otro coche que pasa por aquí, pero aún así, sigo sin saber en qué calle estoy.
Ahora que lo pienso... Este día tan raro y estas calles tan confusas se asemejan con los pensamientos en mi cabeza, porque estoy hecha un lío. Sí... Hace unos días lloraba como si se estuviese acabando mi vida, hace tres estaba sonriendo como una niña pequeña y ahora mismo... Ahora mismo no sé qué pensar. Los problemas pueden dejarse apartados varios días, pero cuando te das con ellos de frente, no puedes apartarlos, y tienes que afrontarlos. Y eso es lo que me ocurre a mí.
Siento que mi alma se ha roto, que ya no queda nada de mí, que me he vuelto fría y a la vez muy sensible y que no soy yo misma.
Porque yo antes era la chica más dulce que podíais conocer, los abrazos me encantaban y las caricias en la espalda me mataban. ¿Ahora? Ahora todo ha cambiado, yo he cambiado, y no tengo ni idea de por qué. Tan sólo me muestro tal y como debería ser ante pocas personas, y normalmente, soy una borde sin cuidado. Y lo siento mucho, pero me han dado tantos palos ya en esta vida, que no puedo tratar a cualquiera con dulzura y amabilidad.
Tal vez tenga que empezar de cero. A lo mejor estoy siendo un poco egoísta, a mí tampoco me gusta ser así, pero ya no sé cómo volver a la normalidad, porque mi razón para ser normal ya no está, y ahora sólo quedan trocitos de rabia y locura acumulados en mí.
Hasta que llegue esa persona que consiga calmarme, que consiga que mis pensamientos estén tranquilos como la noche que acaba de quedarse hace dos minutos.
Dicen que después de una tormenta siempre llega la calma.

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