Sus labios carnosos recorren mi espalda, es el mayor de los placeres. Sus manos frías en mi cintura, acariciando todo mi cuerpo, y él... Él es la octava maravilla del mundo.
Los besos se sirven como un té frío en invierno. Esta locura no ha hecho más que empezar.
Cinco segundos más tarde y hemos perdido el control. La ropa nos queda grande, y hace calor.
Un beso, dos, tres, no sé, ya he perdido la cuenta, pero me sabe a poco, quiero más. Tus ojos clavados en los míos, jugamos a ser felices, jugamos a querernos. Y al final ganaremos los dos.
Dime, ¿para qué quiero drogas teniendo tu cuerpo? Si es que me haces tocar el cielo.
Tu voz susurrando un 'te quiero, princesa' y yo perdiendo la cabeza.
Felicidad. Por fin conozco su significado, qué casualidad que haya sido estando a tu lado.
Cada vez que te despido, una parte de mí se rompe, soy frágil como la porcelana. Echarte de menos me cuesta cada vez más, es difícil.
Suena raro, pero me he acostumbrado a ti. A tus manías, a tus hobbies, a tus sonrisas, a tus miradas, a nuestros labios pegados los unos con los otros, a tus fobias, a tus infantiladas, a tu madurez, a tu seriedad cuando el momento es el adecuado, y sobre todo, me he acostumbrado a un nosotros.
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