Ha encendido su último cigarrillo y sobrevuela con sus manos el cielo recorriendo el perfil de cada estrella. Se ha parado en la Luna para susurrar un "joder" como sinónimo de lo hermosa que yace esta noche, y yo permanezco sentada detrás suyo mirando cómo desliza sus caderas como si estuviese incómodo, como si le faltara algo, como si necesitase algo.
Me encanta mirarle, me encanta visualizar su geografía porque (su cuerpo) es el mejor lugar en el que he vivido nunca y fotografiar mentalmente su culo ha sido el mejor paisaje que me ha entrado nunca por los ojos.
El humo sale de su boca como si llevase días enterrado en sus pulmones, y me derrito al ver cómo sus labios se pegan al filtro del cigarrillo y luego se separan suavemente mientras su lengua roza el contorno de ellos para evitar que se sequen, o para saborear la noche tan calmada que hace hoy.
Me encanta que sus manos se deslicen al ras de la ventana, porque me hace pensar en cuando sus dedos se desplazan en la silueta de mi cuerpo y me hace cosquillas al hacerlo tan lento.
La Valse d'Amelie suena en mi subconsciente y recorre su perfil en cosa de un minuto, pasando por su cabello negro, sus ojeras, sus pecas, su nariz respingona, sus labios incandescentes, su cuello largo... Y justamente me paro en el lugar que más me gusta, en el sitio donde más lunares he encontrado, en el área de su cuerpo donde más veces me he parado y más veces, de hecho, he querido besar. Su espalda.
Su espalda es tan sumamente irresistible que me he perdido más de una vez en ella y no he querido encontrarme nunca. Las horas mirando su esqueleto se me pasaban volando y se me erizaba la piel si se daba la vuelta y me besaba.
Su mirada se fija ahora en la mía. Su cigarro ya casi se ha consumido entero. No vuelve a darse la vuelta para mirar el cielo. Ahora me observa a mí con cuidado de no hacerme daño con la mirada. Yo le sonrío. Él me guiña un ojo. No puedo parar de mirarle y él comienza a sentirse incómodo, así que me pregunta "¿qué miras?". No contesto. Sigo mirándole.
En la inmensidad de sus ojos me pierdo. Son como un Universo que nadie más aparte de mí ha descubierto por completo, y me gusta pensar eso. Su color es igual que el de Neptuno y para mí, es la novena maravilla del mundo, y digo la novena, porque la octava todavía no ha salido a la luz.
Su cigarro se ha terminado por completo y por fin decide sentarse a mi lado.
Qué bien.
Comienza a acariciarme el pelo. Sabe que me encanta. No nos decimos nada pero a la vez nos lo estamos diciendo todo. Me gusta esta forma de comunicación, me encanta que juntos hayamos inventado un idioma que sólo nosotros entendemos, y que seguirá siendo nuestro aunque los años pasen, aunque las palabras se agoten, aunque los sueños se acaben, aunque no estemos al lado el uno del otro.
"Adoro observarte." De repente es la única frase que sale de mi boca.
Sonríe.
Me besa intensamente y me vuelvo a perder en su saliva.
"Te quiero." Susurra.
"Es que... No puede ser." Me quejo.
"¿Qué pasa? ¿Qué no puede ser?" Me pregunta temeroso de saber la respuesta.
"¿Que qué pasa? Pasa que tienes la voz más bonita del Universo, que si me preguntan por la Octava Maravilla del mundo, responderé que lo son tus cuerdas vocales. Que me encanta cuando me susurras que siga, que no pare, que me alimente a base de besos, adoro la forma en la que me cantas al oído la balada que lleva mi nombre, me encantas tú y tu jodida sonrisa, te quiero, y no soportaría un día sin poder mirar tu cuerpo y admirarte. Admirarte por la fuerza y el valor que te llenan, admirarte porque nunca permitirías que yo me cayese, aunque eso significara que tuvieras que caer tú por mí. Me encanta que me pongas mi canción favorita por las mañanas y que aparezcas a mi lado. Que pases las noches de insomnio conmigo, y otras tantas agarrado a mi culo. Y amo que me dejes pasear por tu casa con tus sudaderas y tus camisetas, porque tu cama es la mejor pasarela en la que jamás podría desfilar, y tú eres el único público que quiero tener." Mi boca no podía parar de hablar y describir sus virtudes y todo lo que me enamoraba de él.
"Eres impresionante."
Fue lo único que salió de su boca.
Y lo único que me apetecía oír en ese momento.
Y lo suficiente para tener fuerzas para lo que vendría minutos después.
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