Ayer me entraron unas ganas increíbles de echarme a llorar. Pero algo me detuvo. Te visualicé allí tan feliz... Y es que tu felicidad me da la vida, no me preguntes por qué porque yo tampoco le encuentro una respuesta.
No sé. Ayer no era yo. Ayer estaba en trance con tu mirada, que, sin darlo a conocer al resto del mundo, me estaba sonriendo, y que, aunque yo no lo notara, me proporcionaba energía.
Así que en uno de estos momentos, entré en contacto con mi mente y me perdí en mis pensamientos mientras de fondo sonaba una canción inédita...
Mi clavícula. Tus besos. Mi comisura. Tus labios en ella. Mi cintura. Tus manos pegadas. Mi sonrisa. La tuya. Millones de cosas que compenetraban a la perfección, y millones de momentos que vagabundeaban por mi mente en esos momentos. Todo pasaba demasiado rápido, y yo sólo quería darle al 'pause'.
Tus manos de repente desabrochando botón a botón mi blusa blanca... ¿Mis manos? Debajo de tu jersey. Creo que en esas circunstancias me encontraba perdida en una perfección demasiado irreal. Creo que en esos momentos me encontraste, pero perdida en ti.
Mi falda se levantaba lento al ver volar tus manos debajo de ella. Tus pantalones se caían al ritmo de un bailoteo de tus piernas, que, temblaban al mismo tiempo que mi cuerpo. Todo comenzaba a cobrar sentido. Tú y yo teníamos algo en común. Lo notaba. Lo notabas. Lo notábamos ambos. Y nuestra respiración no se quedaba al margen. Respirábamos agitados, con ganas, como si hubiésemos recorrido la maratón más larga del mundo. (Y de hecho lo estábamos haciendo, estábamos recorriendo el camino más largo de nuestra relación. Habíamos definido esto como algo más. Habíamos progresado y estábamos a gusto con el cambio.)
No podía contarle al mundo en ese momento todo lo que estaba sintiendo, porque, me estaba muriendo por dentro, no sé si de amor, de alegría, de felicidad, o de esas tres últimas cosas fusionadas.
Me estaba fundiendo en ti, te estabas estremeciendo conmigo, ambos nos bailábamos al compás, como dos locos, como dos cuerdos que quieren establecer un vínculo entre lo físico y lo psicológico. Se me incendiaba el alma cada vez que me besabas. Suplicaba la calma a mi corazón, pero no podía, latía cada vez más rápido y el tuyo se ponía de acuerdo conmigo.
Subes navegando por mi espalda, y. Me quiero largar del mundo contigo, todo es perfecto.
Siete caricias.
Tres gemidos.
Dos "te quiero"; y uno de cada uno.
"Escúchame", dijiste con la mirada más brillante.
"Vamos a escaparnos", respondí, sin querer saber la pregunta.
Y en efecto, lo hiciste. Me hiciste tuya esa noche.
Mi cuerpo era un testamento en el que tú escribiste tus palabras más profundas, y me dejaste escucharlas.
Me diste a conocer tu lado más tierno, tu lado más bonito (y mira que a estas alturas ya era imposible encontrar algo más hermoso en ti), y tu lado más imprevisible (y este último me dejó anonadada).
Y yo te di a conocer mi lado más natural, mis ganas de comerte a besos, mis ganas de susurrarte cosas (que sólo tú y yo podemos saber) al oído, y mis pulmones y su fuerza para gritar tu nombre y posteriormente lo mucho que te quería.
Y entonces, en aquel instante supe que no tendría que esforzarme en quererte más, sino en quererte mejor.
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