Me gusta viajar en el lado derecho del coche porque siempre voy al lado de la calzada para ver los paisajes que se representan mientras capturo algún que otro momento con mi cámara.
La carretera se va alejando cada vez más rápido de mi vista y yo desaparezco en un mundo de nubes que hoy permanecen bajas en el cielo, hoy las nubes parecen realmente de algodón. Son blancas como un puñado de palomitas y el cielo está tan azul como sus... ¡mierda! Otra vez sus ojos.
Querido corazón, relájate o él va a notarlo... y no es precisamente lo que quieres. ¿O sí? Bueno, tal vez es lo que más desees en el mundo. No sé. Nunca sé qué es lo que quiero realmente hasta que alguien (como él) me formula la pregunta, y en estos momentos, no quiero que nadie me pregunte qué es lo que quiero, porque estoy realmente bien tal y como estoy.
Qué guapo está cuando conduce... y qué hermoso ha sido siempre... desde que le conocí. A veces me arrepiento de no haber coincidido más tiempo en esta vida, tras diecisiete años, no me había sentido tan conectada a alguien jamás, es algo realmente conmovedor.
Sus ojos vuelven a clavarse en mi nuca mientras yo miro por la ventana del coche al mismo paisaje, que no parece cambiar nunca. Sé que me está mirando porque quizás cuando sus ojos se reflejan en el cristal, no los sé diferenciar entre el cielo y ese color, pero sus dientes que retratan una sonrisa, sí que se reflejan, y a mí me hace feliz tan sólo con un gesto.
Los minutos pasan y para mi sorpresa, justo diez minutos antes de llegar al lugar con el que quiere sorprenderme hoy, me susurra en el oído: "Ponte la venda, falta poco para llegar. Y... disfruta de esta canción."
¿Qué canción? No escucho nada...
Ya empieza.
Una guitarra eléctrica acompañada de otro piano eléctrico resuena en el coche y noto cómo está sonriendo mi chico. Sabe que me encanta esa canción. Sabe que me hace sentir cosquilleos en el estómago y que me eriza la piel con facilidad. Así que la curvatura de mi sonrisa lo dice todo... Canto:
Too late, too old to follow your heart...
Too young, too scared, don't know where to start...
There are so many roads you don't know where to go.
Maybe some of them are paved with gold...
Él suelta una carcajada. Le encanta que cante. Dice que lo hago bien, que tengo una soltura que no había escuchado jamás a nadie y que le produce alegría mi voz, que es distinta a todas las demás, que mi registro musical le ha sorprendido mucho durante este tiempo y que cada vez me supero más...
Demasiadas cosas bonitas las que me dice. ¿Y si me estoy volviendo loca por su culpa? Porque hace ya mucho que no me siento cuerda, porque me gusta la locura; me gusta divertirme; me gusta soltarme el pelo; me gusta ver películas de los años sesenta, setenta, ochenta y noventa; porque soy una melómana; porque bailo y canto sin cesar; porque no me importa lo que la gente piense. Con él me he dado cuenta de que algunas cosas cobran mucho más sentido que antes, porque el amor es lo que hace, hacer que todo recobre su sentido o que al menos parezca que las cosas tienen alguno.
Hemos llegado al lugar porque el coche se ha detenido justo tras tres repeticiones y media de la canción. Estoy nerviosa pero sé que me va a sorprender, porque sabe que no necesito mucho para sobresaltarme, sabe que con un poquito me sobra y me basta para ser feliz, si lo importante es que permanezca a mi lado. Y de hecho lo hace. Me ayuda a salir del coche, y lentamente comienza a recorrer mi cuello con las yemas de sus dedos... Me encanta.
Me encanta todo él en realidad, pero que haga esas cosas me ruboriza y hace que sienta que quiera pasar el resto de mi vida a su lado, hace que mi piel se ponga de gallina, hace que me recuerde por qué estoy aquí: le quiero.
Cuando por fin logra (y quiere) desatarme el pañuelo para que pueda descubrir el lugar en el que estoy, me pide por favor una última cosa, que cuente hasta tres para abrir los ojos, y así lo hago. Me quita el pañuelo y un radiante Sol me quema la cara. Uno, dos y tres...
Él aparece a unos metros de mí en la orilla de un río y detrás de sí, una cascada impresionante. Maravillosa. Alucinante. No puedo creérmelo.
Rápidamente corro a sus brazos y le planto un beso largo. Dura más de dos minutos. Le adoro.
Poco a poco comienza a quitarme la camiseta. Y yo a él la suya. Qué placer más bonito el de poder tocar sus abdominales y el de que él pueda sentir mis huesos y hacerlos suyos. Me abraza. Me hace un gesto y rápidamente entiendo que lo que quiere es bañarse conmigo en aquel río con esa cascada tan enorme y tan hermosa. Así que me quito los pantalones cortos y me meto en ropa interior al interior del río, donde él me espera en el centro. El agua no cubre más arriba de nuestras cinturas y es perfecto.
Nos dirigimos bajo la cascada y mi pelo se moja junto a nuestras pieles, que yacen debajo de ella muy a gusto. Jugamos con el agua y ella juega con nosotros produciéndonos sensaciones de frío y de calor porque hace que nos juntemos más el uno al otro.
Joder... qué maravilla. Creo que he descubierto la Octava Maravilla del mundo... Creo que es otro número más en mi lista de placeres. Y por supuesto, otro vicio más.
Sus labios carnosos besan mi abdomen y con eso recorren todo mi cuerpo y una vez más me siento la persona más afortunada del mundo. Una vez más me siento cómoda. Una vez más... (tú)
(Una vez más añoro el estar aferrada a alguien.)
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