sábado, 5 de julio de 2014

La historia de Margaret y Kevin.

Aquella noche Margaret salía a dar un paseo mientras su pálida piel era iluminada por las estrellas y una de las dos mitades de la luna.



Ella se había dado por vencida aquella noche y decidió matar a los monstruos que le atormentaban.

Se quitó su abrigo de piel sintética y se desnudó para meterse en el mar a esas horas de la madrugada.
El agua iba subiendo por su piel a medida que ella se adentraba en él. Éste, le recorría lentamente el cuerpo, así, como un susurro entre sus piernas que poco a poco le hacía cosquillas en el estómago, y más tarde hasta llegar a su cuello, donde recordó las caricias que él le hacía cada noche mientras ella se estremecía.


Aquel chico le volvía completamente loca. Jamás hubiese conocido la locura de no ser por él. Se ponía nerviosa sólo con escuchar su voz, las muletillas le salían solas cada vez que mantenían una conversación, y las risas ya no podían contenerse, claramente era algo único lo que ese chico le hacía sentir a Margaret.



A veces, su timidez le importunaba, pero conseguía por completo que ella le prestara su cuerpo cuando por la noche le decía "pequeña", porque él sabía que a ella le encantaba aquello.




El olor a vainilla impregnado en su cuello le hacía a él quedarse atónito, fuera de lugar, perdido totalmente. Pero él se encontraba en cada beso que se daban. En realidad, podría decirse que siempre decía que estaba perdido para que ella no parara de buscarle, y seguidamente, con un beso, encontrarle.

Kevin decía que no conocía la cordura cuando estaba cerca de Margaret, y eso pasaba todo el tiempo.


Cuando Kevin se preguntaba dónde había estado Margaret toda su vida, ésta, sólo sabía responder: "he estado aquí todo el tiempo, pero nadie ha sabido encontrarme como tú lo has hecho". 

Entonces Kevin decía enamorarse más cada segundo que transcurría después de que ella repitiera esa frase unas trescientas sesenta y cinco veces al año.
O cada vez que escuchara la dulce voz de Margaret, porque Kevin creía que Margaret tenía la voz más preciosa del Universo(y no lo pensaba precisamente porque fueran altas horas de la madrugada y hubiese bebido un poco de más esa noche).



Para los dos era difícil extrañarse sin apenas tenerse, pero era algo que no podían evitar.

Las noches sin poder dormir se hacían largas para Margaret porque él no podía acompañarle en su insomnio a ella.
Pero eran aún peor las mañanas en las que Kevin no podía despertarle a ella con el desayuno en la cama, o con caricias a las once de la mañana de un lunes festivo cualquiera.
Y las ganas les estaban torturando a los dos.

Ambos se complementaban de una forma un tanto excéntrica, sólo ellos dos entendían el concepto de relación que tenían, pero a ellos les bastaba con eso.
Se adoraban en secreto delante de todos, y gritaban que se tenían ganas mientras se hacían el amor el uno al otro, y con eso era más que suficiente.
La primera vez que decidieron hacer algo juntos, se sintieron tan conectados, que, a pesar de sus indiferencias, parecía que eran iguales.
Tenían la piel de la misma textura, ambos se recordaban el uno al otro acariciándose cada vez que un copo de nieve les caía en la mano, decían que era como tocarse y deshacerse a la vez, por eso lo asociaban a las noches blancas de Diciembre.
Cuando hacían el amor comparaban la temperatura de su piel con la del fuego y siempre creían que no haría calor suficiente ni en el Infierno que pudiera superar el suyo cuando conectaban su piel. Para ellos era la forma más honesta y bonita de demostrar que se querían.


Margaret decidió salir del mar aquella noche cuando por fin las nubes dejaron al descubierto la otra mitad de la luna, y ésta, estaba llena, y completa de felicidad.