jueves, 21 de agosto de 2014

Leer tu cuerpo en braille.

Habré leído poemas (¡mira que he leído poesías!) y él siempre será más bonito que cualquiera de sus estrofas, que cualquier verso, que cualquier metáfora sobre el amor.
Será más bonito que ver amanecer teniendo de fondo el océano, más bonito que una aurora boreal en plena noche (y detrás de ella ver difuminadas a la Luna y a las estrellas).
Qué hermoso suena el cantar de los pájaros a las seis de la mañana, y sin embargo, qué horrible se me hace escucharlo todos los días sin él a mi lado. (¿Veis por qué digo que es bonito?)
Belleza externa (e interna). Vaya que sí.
Era bello mirándole de lado, de frente, de espaldas, del otro lado de perfil, desde arriba, desde abajo, aquí, allí, y allá. En el retiro de Madrid o en las ruinas de Roma. En silencio o gritando la ausencia de mis cuerdas vocales.
Siempre era y es hermoso.
Bueno… qué iba a decir yo sino.
Que vivo impregnada de su belleza, porque tengo la suerte de conocerla. Y de conocerle. De hecho le he vivido.

Siempre he pensado que las personas están para leerlas, que son como un libro, y de momento, creo que él está siendo mi libro favorito… Sin duda alguna lo es.
Me está costando mucho leer este libro, pero cada día avanzo una página más, ¿queréis saber cuántas páginas llevo ya leídas? Exactamente ciento veintiún páginas. Cada cual mejor que la anterior. Ni siquiera la historia comienza con un “érase una vez…”, la historia comienza a finales de Abril con un elogio precioso que se ve reflejado en cada uno de los relatos que le escribo. Sí.
El libro es bonito.
La portada también.
Pero yo, no quiero terminarlo nunca. O quiero volverlo a leer eternamente. Y si se acaba quiero que tenga un final abierto porque me encantaría imaginarme más páginas como las que ahora estoy siendo capaz de leer.
O leerlo - y leernos - juntos una y otra vez. No sé.

Por eso le desnudé con palabras. Y sin ellas. Y con ropa y sin ella. Le desnudé el alma. El corazón. Y ninguno de los dos se quedó con frío.

Nunca nos quedamos con frío.

lunes, 4 de agosto de 2014

Catarsis.

Escribía tan sólo para calmar a mis demonios. Esta noche estaban escandalizados. No estabas aquí y ellos se ponían furiosos. Llenos de rabia. No había quien los controlara.
Escupían fuego y no se disculpaban. Me daban patadas en el estómago. Me atormentaban. Jugaban a clavarme las garras. Y todo porque me hacías falta.

A veces a ellos les bastaba con que les abriera la puerta y les dijera "todo está bien", para que se fueran. Pero esta noche no. Esta noche era diferente.


Ellos querían verte y tranquilizarse. Verte entrar por la puerta con cuidado y dejando las llaves en la rinconera junto a la estatua de sal que yace recobrando la forma de un lobo blanco que aúlla sin descanso aparente, y justo cuando entraras escuchar tu "cariño, ya estoy en casa". Pero esta noche no estaba siendo como esperaba.
Te habías largado sin mí. Sin mis demonios. Me dejaste congelada en un verano infernal. Fue horrible tener la sensación de estar vacía y saber que a mi alrededor había millones de cosas que podrían llenarme.
Millones de botellas de alcohol.
Pero prometí que no volvería a beber. Así que no lo hice.
Y te esperé.
Pero tampoco llegabas.

Las agujas del reloj me estaban matando y como si se tratase de una película de acción, cogí el reloj y lo lancé contra la pared con tanta rabia que no pude controlarme, y seguí con todos los cuadros que me habías pintado. Seguí con los vinilos de coleccionista que tenía. Dios Santo, estaba perdiendo el juicio. Me estaba volviendo loca totalmente.
Entonces paré.
Y me puse a llorar intentando recobrar el sentido de cuán feliz era antes y por qué ahora no lo era.
Habías desaparecido.
No estabas.

Te dejé trece llamadas perdidas y unos diez mensajes de voz en el contestador. ¿Dónde estabas?
Nadie contestaba.
Y a mí me hacías falta.

Tenía un pequeño pinchazo en el corazón. Me dolía aquella parte del pecho. Tenía ganas de expulsar el corazón por la boca y en un intento de desangrarme mentalmente por causa de los estragos, oí el motor de tu coche al otro lado de la puerta.
Sentí miedo, y al instante veracidad. Eras tú. Lo notaba en el alma.
Inquietud.
Calma.
Todo al mismo tiempo.

Tú, roto y vacío, me complementabas.
Te vi.
Y te besé.

Entonces todos los vasos empezaron a llenarse de agua. Y mis vasos sanguíneos de sangre. Ya no tenía frío.
Los dos estábamos tirados en el suelo.
Entre vinilos y cristales rotos.
Entre el infierno y el Cielo.
Demonios y Ángeles.
Catarsis.

Éramos el punto medio de todos los extremos. Uníamos al miedo y al valor. Uníamos el amor y el odio.
Juntos.
Simplemente éramos.