Habré leído poemas (¡mira que he leído poesías!) y
él siempre será más bonito que cualquiera de sus estrofas, que cualquier verso,
que cualquier metáfora sobre el amor.
Será más bonito que ver amanecer teniendo de fondo
el océano, más bonito que una aurora boreal en plena noche (y detrás de ella
ver difuminadas a la Luna y a las estrellas).
Qué hermoso suena el cantar de los pájaros a las
seis de la mañana, y sin embargo, qué horrible se me hace escucharlo todos los
días sin él a mi lado. (¿Veis por qué digo que es bonito?)
Belleza externa (e interna). Vaya que sí.
Era bello mirándole de lado, de frente, de espaldas,
del otro lado de perfil, desde arriba, desde abajo, aquí, allí, y allá. En el
retiro de Madrid o en las ruinas de Roma. En silencio o gritando la ausencia de
mis cuerdas vocales.
Siempre era y es hermoso.
Bueno… qué iba a decir yo sino.
Que vivo impregnada de su belleza, porque tengo la
suerte de conocerla. Y de conocerle. De hecho le he vivido.
Siempre he pensado que las personas están para
leerlas, que son como un libro, y de momento, creo que él está siendo mi libro
favorito… Sin duda alguna lo es.
Me está costando mucho leer este libro, pero cada
día avanzo una página más, ¿queréis saber cuántas páginas llevo ya leídas?
Exactamente ciento veintiún páginas. Cada cual mejor que la anterior. Ni
siquiera la historia comienza con un “érase una vez…”, la historia comienza a
finales de Abril con un elogio precioso que se ve reflejado en cada uno de los
relatos que le escribo. Sí.
El libro es bonito.
La portada también.
Pero yo, no quiero terminarlo nunca. O quiero
volverlo a leer eternamente. Y si se acaba quiero que tenga un final abierto
porque me encantaría imaginarme más páginas como las que ahora estoy siendo
capaz de leer.
O leerlo - y leernos - juntos una y otra vez. No sé.
Por eso le desnudé con palabras. Y sin ellas. Y con
ropa y sin ella. Le desnudé el alma. El corazón. Y ninguno de los dos se quedó
con frío.
Nunca nos quedamos con frío.