miércoles, 10 de febrero de 2016

Salvémonos.

Hubo un día en el que aparecimos, cansados, hastíos, y hartos de todo.
Y entonces tú me dijiste: “esto hay que arreglarlo”.
Y yo, con los pelos revueltos por el aire y las manos mojadas por la lluvia, te abracé, y lo entendimos como un “podremos con ello”.
Días después de la tormenta, no llegó la calma, tú seguías apático, llegabas a casa y lo primero que hacías era coger una cerveza, sentarte en el sillón y jurar en relación a lo mal que había ido tu trabajo ese día.
Yo, en cambio, tan cansada como siempre, cogía al gato en brazos, me lo llevaba a nuestra habitación y lo acariciaba desconsoladamente hasta lograr quedarme dormida después de semanas de dolor y angustia.
¿Qué nos está pasando?
Supongo que algunas parejas se cansan unas de otras y ya está, que los atrapa la monotonía y el tiempo y no saben salir de ahí solos, así que quizás lo mejor sea darnos un tiempo.
Tú quizás deberías volver a casa de tu madre y yo quedarme aquí, acariciando a Nikki mientras dejo que pase el tiempo, y mis ganas con él.
Pero miro el reloj cada dos por tres y te juro, mi amor, que el tiempo no pasa igual cuando estoy sin ti que cuando estoy contigo, aunque no estemos bien, aunque tú estés en la habitación de al lado y yo a tres metros, llorando desmesuradamente en el baño.
Ahí fue donde me di cuenta de que sin ti estaba perdida, de que sin ti no era amor, sin ti era un fastidio, algo que no quería experimentar nunca desde que te conocí, ni quiero.
Y sé que esto, esto es estar enamorada. Porque si tú te vas yo no puedo, si tú no estás me vence el tiempo, si la puerta no se abre tras un día duro de trabajo y eres tú el que aparece tras ella, me hundo, lo juro.

Y cariño, sé que aún no es tarde, así que volvamos. Volvamos a decirnos las cosas, volvamos a poner las cartas sobre la mesa, volvamos a empezar.