sábado, 8 de marzo de 2014

Hoy me dueles, amor.

Así que (cómo no) le dije "hola" con mis labios temblorosos. Agaché la mirada como si fuese una reclusa que no debía haber saludado a su ex-compañero de celda (o en este caso de vida) y me fui.
Tal fue el sentimiento tan abrumador que se apoderó de mí, que me quedé parada justo en medio de la calle, treinta segundos después de lo sucedido y, sin quererlo ni poder controlarlo, comencé a llorar como si tuviese tres años y mi madre me hubiese quitado el juguete de las manos. Y ahí, en medio de esa calle vacía, permanecí minutos, horas y me perdí aún más de lo que ya lo estaba.

¿Cómo? Decidme, queridos ingenuos y gente feliz del planeta Tierra, ¿cómo pude recaer de tal forma con sólo escuchar su voz, una vez más? ¿Es tan grande el sentimiento que me está comiendo por dentro? ¿Cuándo se marcharán los monstruos que hay dentro de mi cabeza?
Tantas preguntas atormentaban mi mente que no me dejaban visualizar que había salido la luna llena en esta noche de Invierno vacía y mi quebradizo corazón palpitaba muy fuerte en mis oídos.
"¿Soy digna de merecer un poco de música?" - me pregunté a mí misma.
Claro que soy digna, ¡conchos! ¿Quién no se merece un poco de música? Tal vez yo no me la merecía, pero sí que la necesitaba, y en la nocturna vida que estaba llevando aquel día, la canción más triste del mundo se apoderó de mis oídos, y seguidamente, de mi cabeza, más tarde, de mi alma entera... Esa canción se había convertido en la dueña de mi cuerpo y yo regía sus normas... y así lo hice. En el acústico del sonar de una guitarra, mis manos atraparon mi cara por completo para limpiar las lágrimas que salían solas, que no necesitaban de pensamientos horribles para salir... eso ya no hacía falta.
La música jugaba con mis sentimientos al igual que tu maravillosa y vengativa mirada, al igual que tú conmigo, al igual que un gato con un ovillo de lana.

Podía sentir dentro de mí la nostalgia de los días que (no) nos quedaban por vivir. Podía notar la sensación de alivio al machacar mis piernas con mis uñas arropándolas, y arañándolas. Podía sentir la rabia acumulada de los días de lluvia y de los días en color negro que últimamente, no paraban de transcurrir.
Y en un intento de notar el amor que sentí por ti... se había esfumado. Hoy ya no te quería.
Hoy tan sólo me dolías.
"Hoy me dueles, amor." - susurré.
"Hoy me dueles. Me dueles. Me dueles." - repetía una y otra vez.

Esa noche encontré refugio en la canción más triste del mundo, y me arropó con su abrigo de notas musicales... Regresé a casa más perdida que nunca, y musité muy bajito:
"Nadie más te hará daño. Mira cómo has acabado. Y lo sabías. Puedes recomponerte, saldrás de esta."
Y entonces me dormí.
Soñé.
Y aún no he despertado.



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