domingo, 9 de noviembre de 2014

Bosques y lobos.

Corre. -me susurraba la voz de mi cabeza- Escapa de ellos.

Ellos me perseguían como quien es pobre y persigue a un trozo de pan. No sabía por qué. Tampoco me hacía a la idea de qué buscaban que pudiese poseer yo y no otra persona.
Así que me adentré en el bosque.
Había millones de pájaros revoloteando solo porque yo no hacía más que correr asustándoles. Ellos me seguían de cerca y yo tenía que distraerlos. ¿Cómo? No tenía ni idea.
Andaba entre árbol y árbol, en zigzag, de modo que así ellos pudieran perder mi rastro.
Yo corría deprisa pero sabía que ellos algún día me alcanzarían. No podía sobrevivir con vida más de dos días dentro de ese bosque. Quizás no resistiría una noche allí sola. Sin nadie. Sin ayuda humana.
El Sol ya no salía de entre las nubes y eso estaba cada vez más oscuro, yo estaba cansada de correr.
Parecía que aquella monstruosidad había dejado de seguirme. Así que me calmé y me recosté oculta entre ramas para que nadie lograra verme.
Hacía frío así que me puse la capucha para resguardarme un poco más.
No podía evitar estar más asustada de lo que ya lo estaba, así que traté de calmar mi respiración.

De pronto, escuché un ruido. Y salí corriendo. Ellos me seguían de nuevo.
Pero algo malo ocurrió en aquella tarde.
Tropecé con una rama. Y me caí. La sangre me helaba los huesos. Y ellos me alcanzaron. Me rodearon. Y empezaron a aullar. Tanto, que cada vez que lo hacían, un escalofrío recorría mi cuerpo.
Me olisquearon entera. Y uno de ellos empezó a gruñir...
Lo último que recuerdo fue que me desmayé...
Y después, desperté en un sitio que no conocía. ¿Dónde estaba?
No lo sabía pero estaba ilesa... Aquellos lobos no me habían herido. Me temía lo peor. Algún cazador los había matado y ahora me tenían aquí retenida... pero de repente, algo, me sorprendió.
Una camada de lobos apareció por la entrada de aquella... cueva, estaba en una cueva.
Venían con un animal en su boca, un aguilucho que carecía de vida, lo habían matado... ¿y yo estaba ilesa? Seguramente sería su banquete de despedida y eso era un entrante...

Uno de los lobos vino hacia mí y lamió mi herida.
Entendí entonces que lo que querían no era herirme, sino cuidar de mí.
La energía proveniente de sus ojos era una energía positiva, ¿es así como aman los lobos?
¿Es así como la naturaleza te trata? ¿Con amor?

Supuse entonces que de lo que yo huía no era del miedo, ni de la cobardía ante una situación de peligro... yo huía del amor.
No dejaba que nada ni nadie me cuidara.
Tenía tanto miedo al amor que cuando de verdad alguien logró demostrármelo, lo rechacé...
Y me estaba dando cuenta ahora.
Me di cuenta de que el amor no lo elegimos nosotros, sucede y ya está, de pronto caes y no paras de ponerte nervioso, de agarrarle las manos al otro, de mirarle a los ojos y retirar la mirada de ellos cuando penetraban en los tuyos, de imaginarte mil momentos y que la imaginación jamás logre superar a la realidad, de tener miedo de perder, de arriesgarlo todo para luchar por ello, y aprendí que el amor no era cuestión de uno solo, que tenía que ser de dos, y si esto no salía bien, una de las dos personas iba a sufrir, a pasarlo mal, a pensar en el otro de una forma solitaria y dura... y que era esa la razón de mi temeridad.

Entonces aquel lobo dejó de aullar. Supo que me daba miedo que lo hiciera.
Y comenzó acurrucándose a mi lado. Lo hizo por mí. Nunca me habían tenido tanto en consideración como aquel ser vivo me tenía en su vida.
Yo, por muy raro que me pareciera, acepté su amor, que provenía de naturaleza pura... y lo acaricié. Le devolví el cariño que me estaba dando. Hacía mucho tiempo que un amor no era correspondido. Aunque no fuese amor real, amor de los que duelen, amor de los que se terminan acabando, amor entre dos personas...

Desde entonces ya no me ando por las ramas, ya no gritaba silencios, ahora susurraba al viento un único nombre... el de la única persona que había logrado intensificarlo todo en mi vida. Y me di cuenta de que si no lo amaba ya, no iba a hacerlo nunca...

Finalmente... logré enamorarme de él... y él de mí. El bosque era mi tesoro, y yo su inquilina.



2 comentarios:

  1. Cuántas veces habré sentido esa sensación, el miedo del amor... y se siente tal que, incluso, pensamos que quienes se acercan siempre vienen a hacernos daño o hacernos sufrir, y no nos paramos a pensar que, tal vez, sí que sea diferente esa vez. A veces sólo hace falta atreverse y aceptarlo. El resto... surge sin más.
    Me gusta mucho la entrada. Te espero por Un Mundo de Verdad
    Un besote, nos leemos pronto!

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    1. Totalmente de acuerdo. Es tal el miedo que a veces me planteo que tengo cierta filofobia.
      Muchísimas gracias por leerme y comentar, me ha hecho mucha ilusión leerte.
      Por supuesto que nos leemos, te sigo desde hace ya un tiempo.
      Un besote. ^^

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