jueves, 16 de abril de 2015

La maravillosa historia del lunar en su espalda.

Partiendo de la base de que solo sé que no sé nada, y que solo sé que no sé lo que quiero, podría escribir sobre aquel punto medio que apareció aquella noche haciéndose llamar "lunar" en tu espalda, y que me hizo sentir extrañamente afortunada y única en (por lo menos) aquel día, y parte de los dos siguientes.
Pero, rebobinemos un tiempo atrás.
Pongamos que hablo de un mes secreto en el que Marte, la Tierra y Mercurio estaban perfectamente alineados, y los demás planetas parecían dispersos en aquella etapa.

Tú, roto.
Yo, a medias.

Pero fue como llevar un pantalón con rotos y debajo medias para taparlo todo, absurdo.
Fue absurdo en el sentido de que no sé por qué coincidimos en una vida en la que creía que teníamos más en común que menos. Pero me equivoqué.
A medida que iban pasando los meses yo iba siendo más feliz, más emotiva, me ilusionaba el hecho de poder arreglar unos "pantalones rotos" con mis "medias tintas"...
Pero mi acertijo era erróneo.
Me hacían errar tus ojos, porque cuando los miraba sentía que todo lo que me apasionaba era certero y no fue así.

Tú construiste una red. Y allí me metiste a mí.
Y se podría decir que era un pez atrapado, y tú nunca decidiste cortar la red, así que, me las tuve que arreglar.
Porque yo no estaba cómoda, no entendías que no estaba cómoda, que no me sentía de la misma forma si me dabas tú de comer (era más simple, sí), que yo prefería salir a cazar (porque quizás soy más compleja de lo que piensas).
Y un día... abriste la red.
Abriste la red pero no me avisaste y yo corría riesgo y estaba en peligro.
Y así fue.
Fui cazada por los depredadores mayores y ahora me tienes aquí contando las rejas de esta cárcel. De la que ni puedo, ni consigo salir.

Una cárcel recreada por mi mente cada noche a tu lado.
Repitiendo una y otra...
y otra...
y otra vez
la misma noche.
La misma noche en la que ese maldito lunar me la tiene jurada desde entonces, me tiene envidia por haber podido recorrer toda tu espalda, y que él solo pueda estar fijado en un único punto medio.
Pero realmente debo decir que soy yo la que tiene envidia.
Porque fíjate en él y en su suerte, fíjate en que acompañará a su espalda toda su vida, sentirá las caricias de otras manos dándole cariño, y recibirá amor propio, de la única persona de la que yo no podré recibirlo nunca.
Y es obvio que hubiese deseado poder tenerlo.
Poder estar ahí, vivir en su espalda, o en el meñique de su mano izquierda, o en la comisura de sus labios, o quizás mejor en sus ojos, para poder verle cada mañana despeinado ante el espejo. O quizás ser su silueta y adoptar esa forma y esa geografía que tanto me enamora.
O ser el sentido del tacto y notarle cada vez que se escalofría, o cada vez que se le eriza la piel...

Qué bonito hubiese sido.
Y qué serena es mi imaginación cuando te piensa, pero cómo le rugen las tripas a mi corazón.



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